Lo
conseguiste. Lo de abrirme y no sólo de piernas.
Lo
hiciste lento, como cuando describías tus manos por mis muslos, desnudándome y
no únicamente quitándome la ropa.
Mordiscos,
besos, gemidos.
Todo
por sentirme completa, por sentirte conmigo.
Lo
crudo es que tantos besos y el roce de tu lengua en el centro de mis ingles me
vaciaban sentimentalmente, llenándome de ese dolor placentero que hasta
enganchaba.
Furiosa,
triste, celosa, dolida.
Podría
acrecentar todo eso, pero mi corazón se mueve y bombea al ritmo de ‘no puedo
más’.
Creí
que entregarme ‘a pesar de’ funcionaría, pero ahora sólo cuesta más pegar los
pedazos de lo que queda de mí, de lo que hemos dejado.
Y es
que me hiciste el amor a lo bestia: arañándome los huesos, magullándome el
querer, destrozándome el alma.
Puedo
asegurarte que eres el dolor más bonito que se puede sentir. Shh, déjalo, no
intentes reconstruirme para luego irte otra vez.
Ojalá
hacerte mío me recompusiera, pero.
No
creí que se pudiera querer y odiar tanto a alguien a la vez. Enhorabuena.
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