lunes, 3 de septiembre de 2012

Rescatando un antiguo relato.


Mi regalo.



Sé que nunca te gustaron los regalos pero, ésta vez, no he podido evitarlo. Simplemente, dada la situación, dado que te marchas y ni siquiera sé si volveremos a vernos, me he atrevido a esconder una pequeña caja en tu maleta con esta nota y otro sobre que espero que te molestes en leer.


Mis ojos se pierden entre el paisaje lluvioso, que parece perseguirme conforme el tren avanza. Estoy cansada. Siento que a cada segundo estoy más lejos de él, de sus ojos castaños, observadores, curiosos, incluso insistentes en más de una ocasión; de sus manos, en apariencia bruscas, pero suaves al tacto; de su boca, carnosa, sabedora de mis más recónditos besos, acaparadora de mi aliento por más de una noche…En esencia, de todo su ser.
Mi razón intenta luchar con mi corazón, perdiendo de nuevo. Quizás por enésima vez. Pero estaba claro y sigue siendo un hecho, que lo nuestro es imposible. Su vida está unida a la música, a la fama y la mía…simplemente, no.
Cualquiera podría pensar que exagero, que si realmente nos queremos, qué más da el resto del mundo. Pero precisamente por todo lo que siento hacia él, me veo obligada a renunciar. Siendo tal la popularidad que lo precede, el hecho de que nuestra historia salga a la luz, precisamente ahora, sólo hará daño.

El tren se dispone a parar. El viaje no se me ha hecho tan pesado como creía; sin embargo, estoy agotada.
Descargo el equipaje, dejándolo caer como un peso muerto para luego arrastrarlo. Mis padres me esperan en la estación, sonrientes. Ojalá yo pudiera responderles con ese mismo gesto en mi rostro, pero no me siento capaz; no sin ti.
-He hecho lo correcto –me he dicho en un susurro a la vez que he llegado hasta el encuentro con ellos.
Mientras mi padre me retira el equipaje para llevarlo él, mi madre no para de besuquearme y preguntarme qué me apetece para comer.
Por mi parte, me limito a responderle con un simple encogimiento de hombros, excusándome con que apenas tengo apetito debido al extenuante viaje.
Ella asiente, comprensiva, satisfecha con mi respuesta aunque sabiendo que no es la verdad.
Subimos a casa y, sin apenas reparar en la nueva decoración de la que mi madre me habló durante los seis meses que estuve fuera, voy directa hacia mi habitación. Todo está tal y como lo dejé. Suelto una risotada. Todo intacto, tal cual, salvo yo.
Me tumbo en la cama, sin ni siquiera molestarme en destaparla, acomodándome entre los cientos de peluches que la ocupan, cerrando los ojos, creyendo que el dolor que siento dentro de mi pecho no se desvanecerá nunca.





¿Por qué tuviste que esperar a que los medios se enterasen de lo evidente?
Si hubieras dado a entender algo, quizás…
Niego con la cabeza. Hoy es el tercer día desde mi vuelta y siento que ha pasado una eternidad. Incluso a veces lloro sin previo aviso, sin quererlo, porque mis sentidos me traicionan al no poder recordar tu olor.
Agacho la vista, observando el equipaje, aún sin deshacer. No he sido capaz. Si abro esa maleta, si saco la ropa y la vuelvo a meter en sus respectivos cajones, será como si nunca hubiese estado allí, contigo. Y me niego a creer eso. Pero también sé que, haga lo que haga, vaya adonde vaya, e incluso me deshaga de todo lo que va en esa maleta, dará igual, porque tú siempre estarás conmigo. Siempre.
Cojo aire como si de valor se tratara y, en cuclillas, me dispongo a deslizar la cremallera hasta ver todo el montón de ropa doblada junto al neceser y un par de zapatos.
Cada vez van quedando menos cosas en la maleta y, después de cerca de una hora guardándolo todo, disponiéndome de nuevo a cerrarla para guardarla, veo en un rincón de ésta una caja.
Trago saliva y la saco. Leo la nota que cuelga de ella sin poder evitar sonreír al ver que te disculpas por tal gesto. Las lágrimas se deslizan por mi rostro y chocan contra la tapa de cartón rojo, dividiéndose en minúsculos restos de agua salina.
En apariencia no hay nada en la caja salvo un sobre.
Lo abro con cuidado, distinguiendo tu letra, que se transparenta a través de la blanquecina textura del papel.
Y, sin decir nada, sin poder hacer nada, me dispongo a leer.

Esto no se me da bien. Lo sabes. Es más, estoy seguro de que te reirás al leerlo.
Ni siquiera sé por qué estoy haciéndolo. Quizás para tener un pretexto para que la banda se ría de mí. Puede que lo haga para decirte que lo siento, algo que ni siquiera me atreví a decirte cuando te enteraste de lo que pasó.
Pero en el fondo sabes que si mentí, si encubrí de ese modo lo nuestro a pesar de que me preguntaran cientos de veces, si utilicé el nombre de otras chicas en vano, fue para protegerte. Ahora está claro que me equivoqué, ya que no conté con el hecho de que nos pillasen de improviso.
Me encantaría hacerte una de esas cartas bonitas que salen en las películas románticas que tanto te gustan aunque lo niegues.
Sólo espero que puedas llegar a perdonarme algún día y que hayas leído todo esto.

Te quiero.

pdta.: Mira bien en la caja, que seguro que se te pasa algo.


Suelto el papel con sumo cuidado sobre la colcha y vuelvo a mirar en la caja, fijándome bien y viendo en un recoveco un trozo de cartón rojo que sobresale más que el resto, como si estuviese roto adrede, cayendo de allí un pequeño trozo de lo que parece ser papel y que yo reconozco al instante.
Lo miro detenidamente, viéndonos a ti y a mí en la imagen. Nuestra foto. Esa que tuvimos que repetir como siete veces por mi cabezonería y tu insistencia. No es la mejor de todas las que nos hicimos, pero sin organizarlo, sin quererlo, ambos nos estamos mirando el uno al otro. De reojo, con precaución, siendo descubiertos como pésimos delincuentes.
Me acerco la foto más a los ojos, queriendo apreciar cada milésimo detalle de tu rostro, aunque ya me sepa éste de memoria. Entonces, a contra luz, veo que detrás tiene algo escrito.
“A mí tampoco me gustan los regalos desde que te conocí porque…mi regalo eres tú”.

Me muerdo el labio y noto como el corazón se me acelera al marcar la opción de llamar y ver tu número en la pantalla. Escucho tu voz y, sin poder decir nada más, lo único que se me ocurre, tras un breve silencio, es susurrar.
-No, eres tú –con lo que consigo volver a escuchar tu risa, la cual he echado tantísimo de menos; la que sé que volveré a oír pronto, cuando nos volvamos a ver.