sábado, 3 de enero de 2015

Carta que nunca enviaré.



Podría decir que te escribo por mera educación,
pero sería una manera un tanto absurda de auto-convencerme.

No. Sabes, ambos sabemos perfectamente por qué lo hago.
Eres esa historia pendiente.
Ese nuevo propósito de todos los años que nunca cumplo.
Mi historia.

La puerta que crees cerrada, pero que sabemos que no lo está aun con un montón de ventanas a mi alrededor que me prometen el cielo y enseñarme a volar sin caer, no como tú hiciste.

Mi círculo vicioso.
Mi pasado, parte de mi presente y ojalá que mi futuro.

A veces, creo que no me enamoro de nadie porque ya lo estoy de nosotros.
Quizás falsamente, llevada por la ilusión de todos los recuerdos de ti que aún me quedan.

Tengo tu voz grabada, tus textos guardados en “borradores” y los besos que no te he dado, en la despensa.

Podría llenar una maleta con todos los abrazos que te debo y faltaría espacio para meter dentro cada pedazo de mí que es tuyo.

Me queda plantarme en tu portal. Y me sobra valor, pero me faltan tus ganas.

No sé por qué te alejaste.
O tal vez sí, pero duele demasiado.

Ni tampoco soy consciente de si me echas o no de menos, temblando ante la idea de que lo hagas, deshaciéndome aún más al pensar que no fuera así.

Te quiero tanto, que me prefiero lejos con tal de que estés bien.

No me cabes en el pecho y va otro año más sin poder decírtelo mientras te beso distraídamente, como si fuese algo habitual.

Menos mal que te escribo,
menos mal que nunca lo leerás.

Cuídate otros trescientos sesenta y cinco días. Hazlo por mí.

Feliz Año Nuevo.