Siempre quiso ir al espacio.
Recordaba
las noches en la azotea, aún demasiado pequeño como
para alcanzar a ver por el
telescopio sin ayuda de aquel viejo taburete.
Y observaba curioso el cielo,
cada noche más emocionado que la
anterior.
Creció y como todo aquel que se enamora por primera vez,
creyó pisar la Luna.
Pero también descubrió, que hay estrellas que sólo brillan aparentemente
Pero también descubrió, que hay estrellas que sólo brillan aparentemente
y que es
difícil encontrar una que destaque entre todas.
Vivió
a la típica estrella fugaz: ese amor que parece idílico,
intenso como el que más a pesar de su corta duración, el que devuelve la
esperanza, cargado de posibles deseos por cumplir.
intenso como el que más a pesar de su corta duración, el que devuelve la
esperanza, cargado de posibles deseos por cumplir.
Con
los años, decidió que las estrellas fugaces tampoco eran para él.
Planetas.
Eso ya era otro nivel. Cada uno diferente.
Difíciles, hostiles y en demasiadas ocasiones, inalcanzables.
Difíciles, hostiles y en demasiadas ocasiones, inalcanzables.
La
conquista de su primer planeta duró dos años.
Alargados por él, ilusionado ante la idea de que por fin había conseguido
Alargados por él, ilusionado ante la idea de que por fin había conseguido
lo que tanto anhelaba.
Y es que, cómo cuesta deshacerse de lo que hemos querido con
Y es que, cómo cuesta deshacerse de lo que hemos querido con
todas nuestras fuerzas.
Tras
varias estrellas, el segundo planeta –de ojos claros y pelo rubio-
tardó año y
medio en llegar.
Pero su inconformismo y sus ganas de más, le impedían quedarse.
Pero su inconformismo y sus ganas de más, le impedían quedarse.
Pasados seis años y él camino de los veinticinco, había podido disfrutar de la
conquista de todos los planetas del Sistema Solar.
Y se dio cuenta de que algo estaba haciendo mal.
Quizás era su difícil capacidad de
satisfacción o su avidez por conocer más,
por encontrar algo que ni siquiera tenía la certeza de que pudiese existir.
Deambuló perdido por ese Universo que eran las mujeres.
Luego, le encontró a
ella.
O más bien fue al revés.
O más bien fue al revés.
Ella era estrella. Y fugaz. Era hostil a la par que habitable,
fría si se lo
proponía, cálida por naturaleza.
Para él, era como volver a tener siete años,
subirse a aquel taburete
y tener todo el cielo ante sus ojos.
A
partir de ese momento, decidió que sus planetas serían nueve.
¿El noveno? Su ombligo.