jueves, 23 de julio de 2015

Miedo.



Después de todas las veces en las que la historia se ha repetido contigo 

como única protagonista en común, decides cambiar las tornas y ser tú la 

que huya antes de ni siquiera replantearte la posibilidad 

de que alguien quiera quedarse.


Será que te has acostumbrado a que salga mal, que se vuelve tu zona de

confort y cualquier indicio de lo contrario, da verdadero miedo.


Y te boicoteas.

Seguramente esté viendo a otra.

Te autoconvences.

En realidad, no me gusta tanto.



Pero la sola idea de perder todo eso que tenéis 

y no sabes ni siquiera cómo calificar, te desquicia y te dices

toda la verdad que estabas negándote hace un segundo.


Sólo te ve a ti.

 Y claro que te gusta.


Nada más hace falta ver cómo le miras cuando 

se queda dormido apoyado en tus piernas, 

dándote tiempo a contarle las pestañas mentalmente.


Cuando te abre la puerta para cederte el paso y de camino, 

te mira el culo en un mal intento de sutileza.

Con su mano en tu pierna mientras conduce o 

entrelazando sus dedos con los tuyos mientras os corréis.


Y sigues asustada, pero mandas todo a la mierda mientras vuelves a besarle.

sábado, 11 de julio de 2015

Mudanza.




En mi habitación, al fondo y la izquierda de mi pecho,

hay más de un libro con las páginas marcadas o alguna que otra película

que no me he atrevido a ver con nadie por miedo a que se vaya

y me la estropee.


Está también esa canción que me recuerda el baile que me debes

y, si miras bien, una cicatriz que

hace juego con la que tengo en la boca.


Las paredes son blancas, 

aunque reflejan constantemente los atardeceres que me obsesionan;

tienen fotos colgadas y demasiadas palabras escondidas.


En otro rincón está la cama.

Y con ella, besos en el cuello

 o el olor de su colonia en mi almohada.


Hay personas. Pocas.

A veces, menos de las que quisiera y otras, demasiadas.

No soy de dejarlas entrar con facilidad;

suele ocurrir que se quieren ir justo cuando me he acostumbrado a su

presencia.



O que las echo, como si se tratasen de okupas,

 porque es más fácil que reconocer el dolor que supondría su marcha. 


No me extraña que muchas veces sienta esa presión,

como si todo dentro fuese a estallar porque,

¿cómo puede caber tanto en algo que resulta tan pequeño?



Quizás es que toque hacer mudanza.

sábado, 6 de junio de 2015

Como aquella vez.

No sé sentir sin que duela 
 
ni dejar de escribir triste.


Tampoco posponer la alarma o besar sin morder.

No puedo evitar seguir siendo impaciente,
 
imaginar lo que aún no he vivido,
 
ilusionarme y repetirme constantemente que no lo hago, 

que me encante volar


. . .

Pienso que te hablo de todo esto con tu cabeza apoyada en mi regazo,
 
pudiendo acercarme a tus labios cada vez que me apetezca,

 contando tus pestañas y riéndome sin que, en realidad, nada en particular
 
tenga gracia.

Tienes varios nombres y ninguno al mismo tiempo.
 
Te pienso a ti, le escribo a él, beso a otro
 
y me quedo sin nadie.

Puede que sea el miedo a que haya alguien al otro lado del colchón
 
que no vaya a irse a la mañana siguiente
 
o que mi inconformismo me pida siempre más,
 
a pesar de que, en más de una ocasión, hayan sido más que suficiente.


Como aquella vez, que tú.