sábado, 18 de octubre de 2014

Paso o empujón.


Hijo de puta.
 
Detesto que me hable,
pero más detesto tener la necesidad de que rompa ese silencio.

Nos he imaginado de tantas formas, que ahora lo que me cuesta es no hacerlo.
Le he tenido en mi cama sin estar, pero siendo conmigo.
Y ahora, echo de menos todos los besos que no nos hemos dado,
todas esas conversaciones que tendrá con cualquiera que le sonría más y no le complique tanto como yo,
sus manos sujetando fuerte mi cintura,
su boca bajo mi ombligo…

Echo de menos todo lo que no he tenido
(y eso, le incluye).

Ya detesto hasta  su risa a carcajadas o la infinidad de sus pestañas.
Su insistencia en que me quedara,
la misma en que me fuera.

Y es que no creo que del amor al odio haya un paso, sino más bien, un empujón.

Tampoco es para tanto,
no es tan guapo,
no le queda bien la barba,
ni ese gesto que hace al sonreír.
Bah.

Le odio.

No sé,
ojalá estuviéramos follando ahora.

sábado, 11 de octubre de 2014

El día que llegué a tiempo.




Puto reloj,
Siempre me marca cuando llego a deshora, que no tarde.
Y en aquella ocasión, no iba a ser diferente.

Con el corazón medio amurallado y la aguja más grande marcando las diez en punto, apareciste.
Recuerdo la sensación.
Nunca nadie me había mirado de ese modo. Ni han vuelto a conseguirlo.

Supiste verme mejor de lo que yo lo había hecho nunca, haciendo de mí algo de lo que enamorarse: como el músico cuando toca su canción favorita o el artista que se embelesa contemplando su obra maestra.

Ya no existía ‘tic-tac’ incesante que me taladrase.

Eras mi nueva medida temporal y contigo todo era tan fugaz como delicadamente lento.

Sabía que eran las nueve porque hacías que oliese a café.
El medio día sabía a varios besos rápidos y a conversaciones en las que demostrabas con cada palabra que me conocías hasta la (im)perfección.
Las cuatro y media eran abrazos en el sofá.
Las nueve, los ‘te echo de menos’.
Con las duchas juntos y la ropa interior en el suelo, ya ni sabía qué hora era.

Pero ni por esas, fui puntual.
Las tres menos cuarto. A esa hora, te perdí.

Desde entonces, siempre pienso que el día que llegué a tiempo aún está por venir;
y yo, por irme.

miércoles, 1 de octubre de 2014

El tercer cajón de la cómoda.

Supo del final antes de que pudiese disfrutar del principio y

de acostumbrarse al precipicio que era su boca.

Se dijo frente al espejo que no dolía mientras se le corría el rímel y terminaba de recoger sus cosas entre sollozos.
Otra ciudad, otro tipo y la historia inconclusa de siempre.

Qué fácil decir que te vas cuando algo no funciona;
qué difícil hacerlo sin dejarte un pedacito de ti atrás.

Y es que ahora es mucho más sencillo huir que luchar. A pesar de haber conseguido derribar todos los  muros, de todo lo prometido, de lo dicho sin palabras, pero entre gemidos.

Ya no encuentra consuelo en los ‘habrá otro’, ni en los besos a cualquiera o en el polvo de las seis.
‘Más vale dormir sola que terminar enamorada’.

Cerró la puerta.

En la maleta, repleta de braguitas de encaje, medias tupidas y algún que otro recuerdo extra, ya no cabían más ojalás ni tanta desidia.

Por suerte, en uno de esos vaivenes, se dejó el corazón en el tercer cajón de una vieja cómoda de aquella habitación en la que ya no había nadie, escondido entre calcetines desparejados y cartas antiguas que ya no eran más que meras palabras sin sentido.