Hijo de puta.
Detesto
que me hable,
pero
más detesto tener la necesidad de que rompa ese silencio.
Nos
he imaginado de tantas formas, que ahora lo que me cuesta es no hacerlo.
Le
he tenido en mi cama sin estar, pero siendo conmigo.
Y ahora, echo de menos todos los besos que no nos hemos dado,
todas
esas conversaciones que tendrá con cualquiera que le sonría más y no le
complique tanto como yo,
sus manos sujetando fuerte mi
cintura,
su boca bajo mi ombligo…
Echo
de menos todo lo que no he tenido
(y
eso, le incluye).
Ya
detesto hasta su risa a carcajadas o la
infinidad de sus pestañas.
Su
insistencia en que me quedara,
la
misma en que me fuera.
Y
es que no creo que del amor al odio haya un paso, sino más bien, un empujón.
Tampoco es para tanto,
no es tan guapo,
no le queda bien la barba,
ni ese gesto que hace al
sonreír.
Bah.
Le odio.
No sé,
ojalá
estuviéramos follando ahora.