Hizo
lo posible por distraerse, por no tener que enfrentarse al folio, pero cuando
las palabras presionan, justo ahí, entre estómago y garganta, mejor soltarlas a
tiempo.
Y
por primera vez en mucho, quizás demasiado tiempo, no escribía por nadie que no
fuera ella.
No,
no sonriáis aliviados; si es difícil escribir cuando alguien te pesa, imaginaos
cuando ese alguien sois vosotros mismos. Qué lastre no tener nadie a quien
echar la culpa de tu mal humor, de tu enfado del día y de falta de apetito.
Rutina,
sin más.
Te
levantas pensando que ojalá pronto sea de noche para volver a dormirte y las
agujas del reloj se te clavan entre las uñas, recordándote que el paso del
tiempo también duele.
Y
quizás algún día sales y ríes porque toca y no porque te salga, costando cada
vez más que alguien o algo capten tu atención como aquella persona que alguna
vez lo hizo en demasía.
Listones
y expectativas demasiado altas.