domingo, 7 de diciembre de 2014

Quererme y otras huidas.



Vivo en un mundo lleno de valientes dispuestos a no arriesgar.
En uno hecho de contradicciones, de las mismas que me rondan la cabeza:
  llámame, quiero decirte que no puedo quedar.

Sé que me estoy enamorando cada día un poquito más de mí cuando me masturbo y pienso en ti solamente de pasada.
Y es que ya estoy acostumbrada a no acostumbrarme.
Bésame todo lo que quieras, que al corazón no llegarás nunca.

Soy experta en que se queden y hacer que se vayan;
en llorar más porque no funcione, antes que por quién.

Se enamoran hasta que me conocen.
Y entonces,
les enseño a volar tan bien sin mí,
que se olvidan de hacerlo conmigo.

Y me sobran puntos suspensivos de todas esas historias que parecen,
pero no copulan con el ser.

Apártame el pelo mientras me besas,
sonríe a centímetros de mi ropa interior.
Haz café para dos, que no “para siempre”.

Ven, que vas a ser capaz de quererme
(y otras huidas).

domingo, 9 de noviembre de 2014

Llegué, vi y venció.



Llegué a su vida con sigilo, como quien llega a casa tarde
y no quiere despertar a quien ya duerme.
Me descalcé y paseé entre sus dudas, vestigio de cristales rotos.

Mentiría si dijese que me desnudé,
pero bien es cierto que estuve a punto y,
que en más de una ocasión,
le dejé deshacerse de mi ropa.

Vi su miedo reflejado en todo lo que no decía,
pero que sí expresaba en cada comentario,
aparentemente indiferente.

Lo vi en sus ojos,

 azules de las lágrimas no derramadas a tiempo.

Me fui,
aún más silenciosamente de lo que había llegado,
semejante a esa calma que no sabes muy bien si
precede o es posterior a la tempestad.

Y en la guerra
donde se enfrentaban mis sentimientos y su vacío,
venció.


sábado, 18 de octubre de 2014

Paso o empujón.


Hijo de puta.
 
Detesto que me hable,
pero más detesto tener la necesidad de que rompa ese silencio.

Nos he imaginado de tantas formas, que ahora lo que me cuesta es no hacerlo.
Le he tenido en mi cama sin estar, pero siendo conmigo.
Y ahora, echo de menos todos los besos que no nos hemos dado,
todas esas conversaciones que tendrá con cualquiera que le sonría más y no le complique tanto como yo,
sus manos sujetando fuerte mi cintura,
su boca bajo mi ombligo…

Echo de menos todo lo que no he tenido
(y eso, le incluye).

Ya detesto hasta  su risa a carcajadas o la infinidad de sus pestañas.
Su insistencia en que me quedara,
la misma en que me fuera.

Y es que no creo que del amor al odio haya un paso, sino más bien, un empujón.

Tampoco es para tanto,
no es tan guapo,
no le queda bien la barba,
ni ese gesto que hace al sonreír.
Bah.

Le odio.

No sé,
ojalá estuviéramos follando ahora.

sábado, 11 de octubre de 2014

El día que llegué a tiempo.




Puto reloj,
Siempre me marca cuando llego a deshora, que no tarde.
Y en aquella ocasión, no iba a ser diferente.

Con el corazón medio amurallado y la aguja más grande marcando las diez en punto, apareciste.
Recuerdo la sensación.
Nunca nadie me había mirado de ese modo. Ni han vuelto a conseguirlo.

Supiste verme mejor de lo que yo lo había hecho nunca, haciendo de mí algo de lo que enamorarse: como el músico cuando toca su canción favorita o el artista que se embelesa contemplando su obra maestra.

Ya no existía ‘tic-tac’ incesante que me taladrase.

Eras mi nueva medida temporal y contigo todo era tan fugaz como delicadamente lento.

Sabía que eran las nueve porque hacías que oliese a café.
El medio día sabía a varios besos rápidos y a conversaciones en las que demostrabas con cada palabra que me conocías hasta la (im)perfección.
Las cuatro y media eran abrazos en el sofá.
Las nueve, los ‘te echo de menos’.
Con las duchas juntos y la ropa interior en el suelo, ya ni sabía qué hora era.

Pero ni por esas, fui puntual.
Las tres menos cuarto. A esa hora, te perdí.

Desde entonces, siempre pienso que el día que llegué a tiempo aún está por venir;
y yo, por irme.