domingo, 26 de enero de 2014

Inevitable



Me refiero a lo que va más allá de toda voluntad.

A cerrar los ojos justo en el momento previo antes de un beso,

a darle la vuelta a la almohada para notarla fría en noches de verano,

al ‘cinco minutitos más’ cuando apagamos la alarma los días que hay que

madrugar,

también a lo innato de alzar la vista cuando se trata de pensar,

o a correr si vemos que el tren se nos escapa (como si fuese el único 

que va a pasar).

Hablo de la euforia al oír tu canción favorita,

o del gemido final de un orgasmo.

 
Pero también a morderme los labios si pienso en los tuyos,

mirar el teléfono de reojo, deseando y temiendo a partes iguales, 

que aparezca tu nombre, 

a pelearme con mi subconsciente cada vez que se antoja nostálgico

 y te cuela en mis sueños,

a imaginarte mirándome, pudiendo detenerme en tus ojos,

a pensar en ese abrazo nunca dado,

llevar de pijama tu camiseta favorita (tal y como prometiste),

dormir contigo en una cama en la que apenas cabe uno,

ducharme contigo o en ti,

a querer ser parte de cada milímetro de tu cuerpo.

Joder, yo lo llamo ‘inevitable’, otros dicen que se llama ‘amor’.

domingo, 19 de enero de 2014

Y en la estación


El gris del cielo hacía incluso más difícil aquel momento. ¡Qué tontería que un color nos afecte tanto!
Decídselo a ella, que aún creía que a veces se ahogaba en sus ojos.

Cabizbaja, caminaba absorta, colocándose de vez en cuando el gorro del abrigo, mejor protector de la lluvia que cualquier paraguas. Y es que, en contra de lo típico en ella, justo aquel día no le apetecía mojarse; no, sabiendo que lo haría sin él.


Durante todo el trayecto, ninguno medió palabra e incluso, 
de no ser por cómo se miraban, habrían podido pasar por un par de extraños.

La discusión de  la noche anterior aún resonaba en su cabeza; 
sus propios gemidos por el polvo de reconciliación de después, también.

Tragó saliva y humedeció sus labios levemente, secos debido al frío.

-¿No vas a darme un abrazo? –musitó él con la voz algo entrecortada

(quizás por todo el tiempo sin hablar, quizás por soportar la presión de un posible llanto en el pecho).

Le abrazó como respuesta. Daba igual qué pasara, él iba a irse de todos modos.

Salieron del metro subiendo el último tramo de escaleras, 

encontrándose con montones de personas que esperaban a alguien que de un momento a otro les provocaría una sonrisa con sólo bajar del tren.

Al otro lado del andén, despedidas.
Lágrimas de una madre besando con fuerza a su hijo, 

un niño pequeño que movía el brazo a modo de despedida sin querer soltar su peluche favorito y tirándole besos a quien parecía su hermana mayor y entre muchas personas más, ellos.

Y justo allí, en la estación, en ese mismo instante se dio cuenta: debía irse con él.


Sabría que no soportaría el café a solas, no tenerle para que le 

secara la espalda tras salir de la ducha o el lado izquierdo del colchón vacío.

Entonces pensó que el amor era eso: no querer abandonar a esa persona
aunque ello supusiera irse con lo puesto y sin maleta que luego tener que deshacer.

lunes, 6 de enero de 2014

Madrid



Oí hablar de ti más de mil veces, pero me vi en la obligación de comprobar 

con mis  propios ojos que cualquier palabra bonita que te dedicasen sería

insuficiente.
 

Tuve la oportunidad de recorrerte y darte algún que otro beso con sabor

a cerveza, pude ver cómo te desnudabas al anochecer desde aquel balcón

e incluso de compartir más de un secreto contigo.


Me lloviste, me empapaste, te echaste a llorar…y yo sin paraguas.

Y sin apenas conocerme, me acogiste,

dejando que llenase de pedacitos de ti mi  maleta.


Aun así, a pesar de todo lo que ya tengo tuyo, he de volver a verte.

A abrazarte y ojalá, a follarte algún día.


A mis ojos eres única.

No cambies nunca,
                                     Madrid.