lunes, 24 de junio de 2013

De trenzas y labios rojos.

Trenzaba su cabello pausadamente ante aquel espejo, el cual les había visto quererse en más de una ocasión.

Ahora, simplemente se limitaba a reflejar la tristeza de su rostro y una pequeña sonrisa forzada, sinónimo de un ‘no puedo permitirme llorar’.


Lápiz de labios en mano, enmarcó su boca en rojo fuego, recordando que una vez le dijeron que llevar trenza y labios rojos a la vez era estar el doble de triste.
Y lo estaba, era un hecho. Lo retorcido es que ya no sabía por qué o por quién. Un caos.


Aún en ropa interior, miró a través del espejo, pasando sus grandes ojos almendrados en el colchón, ese donde había despertado alguna que otra madrugada sólo para asegurarse de que él seguía allí.
Y es que había vuelto a su vida tantas veces que ya parecía que jamás se hubiese ido. Juntos, eran lo más parecido a la definición de amor. Separados, dejaban de ser, encontrando el sinsentido a sentir.


Dolía, por llamarlo de alguna manera, puesto que había tanto vacío que ya dudaba de que hubiera palabra posible para definir aquel estado de sin estar.

Recordaba con tanta exactitud su forma de desvestirle, su beso al salir de la ducha o sus manos aferradas mientras encontraban la paz (y mucha guerra) entre las piernas del otro que se torturaba a sí misma, pensando si realmente aquello había ocurrido.


No sabía nada de él y tampoco tenía claro si quería hacerlo.
Huyó, como quien huye de algo irrefrenable, dejando una nota, muchas lágrimas y un puzzle de quinientas piezas que una vez latió a su mismo compás.
Huyó de ella, de sentir, de la idea de querer tanto a alguien de llegar al extremo de que doliese.


Decenas de clavos usó en vano, intento de sacar aquella estaca.
Misma cama, mismo lápiz de labios, pero ella no era la misma. De hecho, ni era.


Volvió en sí, retirándose del tocador, poniéndose un vestido azul marino, el cual él le había regalado en cierta ocasión.
Echó un último vistazo al espejo.
“Mírame, con tu vestido y esperando querer que alguien que no seas tú me lo arranque”.


jueves, 13 de junio de 2013

Tira, pero no aflojes nunca.

Eterno tira y afloja.

Me obligas a  torturar al folio una vez más.



Y es que me gustaba más cuando tirabas mi ropa interior al suelo de aquella

habitación desordenada y que aflojáramos los muelles de lo que aún

quedaba de colchón.



Y en ese vaivén podría vivir para siempre.

Tumbada contigo. O encima de ti.

Escribiéndonos te quieros entre lunar y lunar de la espalda.

Gimiendo sentimientos por si se pudieran palpar.



Pero si escribo esto es porque, quizás, 

tiramos todo esto al primer contenedor,

negándonos a reciclar y aflojando hasta hacer etéreo lo que parecía

inquebrantable.