lunes, 9 de diciembre de 2013

Llamada



Que fuese domingo, se hubiese despertado tarde y la casa estuviera hecha un auténtico caos comenzaba a ser tradición.

Se frotó los ojos con las manos mientras se desperezaba y bostezaba ante la mirada de algún que otro vecino desde la calle. Y es que era bonita hasta recién levantada, pero eso poco le importaba a ella. No cuando captaba la atención de cualquiera menos de quien necesitaba.

Se desvistió al ritmo de la música, pasando de canción hasta que sonó  la que le apetecía y ajustando el volumen a su gusto, dejando la ropa desperdigada por el pasillo.

Metió un pie con cuidado, notando el frío tacto del suelo de la bañera, que contrastaba con el calor que el agua comenzaba a emitir.

Tarareaba. Hacía tiempo que no se despertaba tan…feliz, por así decirlo.
Paró de canturrear aquella canción, la cual esperaba que no se pusiese de moda y terminase aborreciendo. Sonaba el teléfono. Qué jodida manía esa de la gente que ni se acuerda de ti salvo cuando estás en la ducha y llama justamente en ese momento, como si supieran que van a interrumpir.

Se envolvió rápidamente en la toalla y casi resbalando por el pasillo, descolgó justo antes de que parase de sonar.

No hizo falta nada más. Incluso su respiración le resultaba inconfundible al otro lado del teléfono. Aun así, se quiso cerciorar, musitando un suave ‘¿diga?’. Escuchó su risa y automáticamente pudo ver cómo sus labios carnosos se curvaban para luego decir su nombre.

¿Qué quería? Justamente en ese instante, después de tanto tiempo sin dirigirse la palabra, ¿por qué?
Todas esas preguntas e inquietudes fueron a continuación pensadas en voz alta y ligeramente temblorosa, esperando una ansiosa respuesta.

Tras esto, un ‘te echo de menos’ y ‘quiero verte’. 

Era muy repentino y ella lo sabía, pero sólo imaginarle marcando su número le hacía temblar y ni que decir el volver a oír su voz.

Entiéndeme –consiguió decir. –Tú te marchaste y que ahora quieras volver es…
Supo a la perfección por el cambio del ritmo de la respiración que estaba frunciendo ligeramente el entrecejo, rascándose con la mano izquierda la barba y alzando sus ojos azules hacia el techo en señal de duda y arrepentimiento.

-Déjame que te vea y luego decides.
Decía siempre lo adecuado en el momento justo. Le conocía demasiado bien; mejor de lo que ella habría podido conocerse hasta ese momento.
-Está bien –una respuesta corta, quizás por nervios o por desconfianza, puede que mezcla de ambas.

Ya no era la casa lo único que estaba en estado caótico. Una semana y estaría allí. No podía creerlo, no quería creerlo, porque sabía lo que dolía la decepción y el esperar en vano.


Y más pronto que tarde, la semana pasó. Volvía a ser domingo. Pero no un domingo cualquiera.
Revisó cómo iba vestida alrededor de treinta veces, ajustándose el jersey azul y colocándose la falda. Se miró en el ascensor, perfilándose por última vez el color de los labios, sabiendo que le encontraría al salir del portal.
Y así fue. Le tenía allí, justo frente a ella, con su chaqueta de cuero y la camiseta de su grupo favorito.

Horas después, otra vez domingo y otra vez la ropa tirada por el pasillo, aunque en esta ocasión era distinto: él había vuelto.
No le habría importado desgastarse besándole ni invertir tiempo contándole las pestañas o viéndole dormir. De hecho, en aquel momento no le importaba nada.
-¿Has venido a quedarte? –soltó de pronto, sin siquiera parecer que lo hubiese dicho ella.
Él le sonrió, besándole, notando cómo su lengua y sus dientes le recorrían el cuello. Se retiró, entreabrió los labios para responder y entonces, ella, simplemente despertó.

Era domingo. La casa era un caos. Y él no estaba allí.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Espacio



Se despertaba y lo primero que miraba era el lado izquierdo de la cama, vacío. Acompañaba este gesto de una exhalación y un pequeño impulso para levantarse.
 
No olía a café, puesto que no había nadie que lo preparase y una vez hecho, lo bebía en una taza desparejada.

Desayunó en silencio, con alguna que otra conversación de los vecinos de fondo, colándose palabras sueltas por la ventana de la cocina. 

Mecánicamente, fregó taza y plato, estirándose, haciendo que sus braguitas bajasen un poco, regalando al que hubiese podido verle la imagen de un par de huecos en las caderas y un vientre plano.

Domingo y todos los planes posibles eran sola. Y es que, la amiga que no tenía pareja, estaba en proceso de tenerla y si no, tenía cualquier otra ocupación que le impedía almorzar a medio día en cualquier terraza con ella, aprovechando el brillante sol de invierno del Sur.

Cuatro horas, dos temarios pasados a apuntes y siete capítulos de su libro favorito después, optó por salir.

Era un día especialmente frío y disfrutó envolviéndose casi la mitad del rostro con la bufanda y abrochando la cremallera de su chaqueta de cuero hasta arriba.
Lo malo de ese frío que a ella le encantaba es que era propicio para que apareciesen parejas paseando sonrientes por todas partes. Y no es que ella quisiera estar con nadie o, mejor dicho, no conocía a nadie que le interesase como para estar con él. Todo era culpa del invierno.

Ella quería espacio y lo tenía, pero quizás el espacio comenzaba a sobrar.