Que
fuese domingo, se hubiese despertado tarde y la casa estuviera hecha un
auténtico caos comenzaba a ser tradición.
Se
frotó los ojos con las manos mientras se desperezaba y bostezaba ante la mirada
de algún que otro vecino desde la calle. Y es que era bonita hasta recién
levantada, pero eso poco le importaba a ella. No cuando captaba la atención de
cualquiera menos de quien necesitaba.
Se
desvistió al ritmo de la música, pasando de canción hasta que sonó la que le apetecía y ajustando el volumen a
su gusto, dejando la ropa desperdigada por el pasillo.
Metió
un pie con cuidado, notando el frío tacto del suelo de la bañera, que
contrastaba con el calor que el agua comenzaba a emitir.
Tarareaba.
Hacía tiempo que no se despertaba tan…feliz, por así decirlo.
Paró
de canturrear aquella canción, la cual esperaba que no se pusiese de moda y
terminase aborreciendo. Sonaba el teléfono. Qué jodida manía esa de la gente
que ni se acuerda de ti salvo cuando estás en la ducha y llama justamente en
ese momento, como si supieran que van a interrumpir.
Se
envolvió rápidamente en la toalla y casi resbalando por el pasillo, descolgó
justo antes de que parase de sonar.
No
hizo falta nada más. Incluso su respiración le resultaba inconfundible al otro
lado del teléfono. Aun así, se quiso cerciorar, musitando un suave ‘¿diga?’.
Escuchó su risa y automáticamente pudo ver cómo sus labios carnosos se curvaban
para luego decir su nombre.
¿Qué
quería? Justamente en ese instante, después de tanto tiempo sin dirigirse la
palabra, ¿por qué?
Todas
esas preguntas e inquietudes fueron a continuación pensadas en voz alta y
ligeramente temblorosa, esperando una ansiosa respuesta.
Tras
esto, un ‘te echo de menos’ y ‘quiero verte’.
Era
muy repentino y ella lo sabía, pero sólo imaginarle marcando su número le hacía
temblar y ni que decir el volver a oír su voz.
Entiéndeme
–consiguió decir. –Tú te marchaste y que ahora quieras volver es…
Supo
a la perfección por el cambio del ritmo de la respiración que estaba frunciendo
ligeramente el entrecejo, rascándose con la mano izquierda la barba y alzando
sus ojos azules hacia el techo en señal de duda y arrepentimiento.
-Déjame
que te vea y luego decides.
Decía
siempre lo adecuado en el momento justo. Le conocía demasiado bien; mejor de lo
que ella habría podido conocerse hasta ese momento.
-Está
bien –una respuesta corta, quizás por nervios o por desconfianza, puede que
mezcla de ambas.
Ya
no era la casa lo único que estaba en estado caótico. Una semana y estaría
allí. No podía creerlo, no quería creerlo, porque sabía lo que dolía la
decepción y el esperar en vano.
Y
más pronto que tarde, la semana pasó. Volvía a ser domingo. Pero no un domingo
cualquiera.
Revisó
cómo iba vestida alrededor de treinta veces, ajustándose el jersey azul y
colocándose la falda. Se miró en el ascensor, perfilándose por última vez el
color de los labios, sabiendo que le encontraría al salir del portal.
Y
así fue. Le tenía allí, justo frente a ella, con su chaqueta de cuero y la
camiseta de su grupo favorito.
Horas
después, otra vez domingo y otra vez la ropa tirada por el pasillo, aunque en
esta ocasión era distinto: él había vuelto.
No
le habría importado desgastarse besándole ni invertir tiempo contándole las
pestañas o viéndole dormir. De hecho, en aquel momento no le importaba nada.
-¿Has
venido a quedarte? –soltó de pronto, sin siquiera parecer que lo hubiese dicho
ella.
Él
le sonrió, besándole, notando cómo su lengua y sus dientes le recorrían el
cuello. Se retiró, entreabrió los labios para responder y entonces, ella,
simplemente despertó.
Era
domingo. La casa era un caos. Y él no estaba allí.