sábado, 6 de junio de 2015

Como aquella vez.

No sé sentir sin que duela 
 
ni dejar de escribir triste.


Tampoco posponer la alarma o besar sin morder.

No puedo evitar seguir siendo impaciente,
 
imaginar lo que aún no he vivido,
 
ilusionarme y repetirme constantemente que no lo hago, 

que me encante volar


. . .

Pienso que te hablo de todo esto con tu cabeza apoyada en mi regazo,
 
pudiendo acercarme a tus labios cada vez que me apetezca,

 contando tus pestañas y riéndome sin que, en realidad, nada en particular
 
tenga gracia.

Tienes varios nombres y ninguno al mismo tiempo.
 
Te pienso a ti, le escribo a él, beso a otro
 
y me quedo sin nadie.

Puede que sea el miedo a que haya alguien al otro lado del colchón
 
que no vaya a irse a la mañana siguiente
 
o que mi inconformismo me pida siempre más,
 
a pesar de que, en más de una ocasión, hayan sido más que suficiente.


Como aquella vez, que tú.