No sé sentir sin que duela
ni dejar de escribir triste.
Tampoco posponer la alarma o
besar sin morder.
No puedo evitar seguir siendo
impaciente,
imaginar lo que aún no he
vivido,
ilusionarme y repetirme
constantemente que no lo hago,
que me encante volar
. . .
Pienso que te hablo de todo
esto con tu cabeza apoyada en mi regazo,
pudiendo acercarme a tus
labios cada vez que me apetezca,
contando tus pestañas y riéndome sin que, en realidad, nada en particular
tenga gracia.
Tienes varios nombres y
ninguno al mismo tiempo.
Te pienso a ti, le escribo a
él, beso a otro
y me quedo sin nadie.
Puede que sea el miedo a que
haya alguien al otro lado del colchón
que no vaya a irse a la
mañana siguiente
o que mi inconformismo me
pida siempre más,
a pesar de que, en más de una
ocasión, hayan sido más que suficiente.
Como aquella vez, que tú.