Lo tengo todo,
no quiero nada.
(Aunque la mayoría de veces,
suele ser al revés).
He perdido las ganas de
encontrarme
y de que alguien me busque.
Pienso de más, siento en exceso
y de que alguien me busque.
Pienso de más, siento en exceso
y, entre tanto, reconstruyo los pedazos
de mí misma con historias suicidas
sin punto y final.
Es como una misma historia que no para de repetirse:
vienen, prometen, se van.
Y termino por huir, desconfiando del que
vienen, prometen, se van.
Y termino por huir, desconfiando del que
acompaña las palabras de hechos,
refugiándome en la nostalgia
de todo aquello que no me deja avanzar.
“No quiero que
haya nadie, quédate, no voy a implicarme…
Déjame en paz o bueno, mejor no me dejes.”
Las lágrimas ya no sirven
y el optimismo resbala con ellas sobre mi cara.
y el optimismo resbala con ellas sobre mi cara.
Ya no sé cuántas han sido las veces
que he vuelto a emprender el vuelo
y me han cortado las alas en la insistencia
de planear conmigo y luego alejarse en
otra dirección.
Basta.
Ya no hay hueco para nadie
más que no sea yo.