sábado, 8 de marzo de 2014

Sístole y desístele.



Ella latía a ciento ochenta ‘no me duelas’ por minuto;

en constante movimiento de sístole si él estaba cerca, 

besándole como si fuese a encontrar las ganas de sentir en su boca.

 
Lo notaba. 

Esa sensación en la parte superior del estómago al verle, al saber lo que

podía transmitirle, lo que haría con su corazón si le dejaba. Ilusión lo llaman. 

Y habrá  quien aún viva de ella, pero en este caso era lo que le mataba.


Y es que pecaba de intensa, de racional para todo menos para sentir, que

entonces perdía. No sabía si los papeles o a sí misma.


Veintitrés. Esos habían sido los días y ya se sabía su lengua de memoria. 

Y cómo le miraba. Observándole, lento, apreciando cada posible 

imperfección en su rostro,  aunque él no la viese.


Iba a quedarse. O al menos parecía dispuesto a ello.

Nadie pasa frío por nadie si no le importa lo más mínimo.
‘Me parece increíble estar besándote’.


Pasando un fin de semana y algún que otro sentimiento de más, 

había encontrado a la inspiración en sus bragas, justo dos palmos por

debajo de los dedos de él.


Cuánta felicidad y qué miedo daba.


Tres días después, ese miedo se hizo tangible y ella creyó romperse.

Había decidido por los dos, sin contar con lo que ella sintiese o dejase

de sentir.


Habló el orgullo y las palabras se abrían paso entre el carmín rojo 

de sus labios, dejándole pensar que a lo mejor él simplemente había sido un

capricho.


Los ojos de él se fijaron en ella y, despacio, como si estuviese dándole un

beso suave, habló: ‘Quizás tú no quieras nada serio, pero yo sí.’

 
Se iba. Había empezado a quererle sin querer y aun así (o por eso), 

se marchaba.

 
Todo por tener heridas aún sin cicatrizar y personas egoístas que tampoco le

permitían hacerlo.


Se despidieron, aunque ella cree que todavía sigue estando en 

aquel abrazo, preguntándose si volverá.