sábado, 11 de julio de 2015

Mudanza.




En mi habitación, al fondo y la izquierda de mi pecho,

hay más de un libro con las páginas marcadas o alguna que otra película

que no me he atrevido a ver con nadie por miedo a que se vaya

y me la estropee.


Está también esa canción que me recuerda el baile que me debes

y, si miras bien, una cicatriz que

hace juego con la que tengo en la boca.


Las paredes son blancas, 

aunque reflejan constantemente los atardeceres que me obsesionan;

tienen fotos colgadas y demasiadas palabras escondidas.


En otro rincón está la cama.

Y con ella, besos en el cuello

 o el olor de su colonia en mi almohada.


Hay personas. Pocas.

A veces, menos de las que quisiera y otras, demasiadas.

No soy de dejarlas entrar con facilidad;

suele ocurrir que se quieren ir justo cuando me he acostumbrado a su

presencia.



O que las echo, como si se tratasen de okupas,

 porque es más fácil que reconocer el dolor que supondría su marcha. 


No me extraña que muchas veces sienta esa presión,

como si todo dentro fuese a estallar porque,

¿cómo puede caber tanto en algo que resulta tan pequeño?



Quizás es que toque hacer mudanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario