Puto
reloj,
Siempre
me marca cuando llego a deshora, que no tarde.
Y
en aquella ocasión, no iba a ser diferente.
Con el corazón medio amurallado y la aguja más grande marcando las diez en punto, apareciste.
Recuerdo
la sensación.
Nunca
nadie me había mirado de ese modo. Ni han vuelto a conseguirlo.
Supiste verme mejor de lo que yo lo había hecho nunca, haciendo de mí algo de lo que enamorarse: como el músico cuando toca su canción favorita o el artista que se embelesa contemplando su obra maestra.
Ya no existía ‘tic-tac’ incesante que me taladrase.
Eras mi nueva medida temporal y contigo todo era tan fugaz como delicadamente lento.
Sabía que eran las nueve porque hacías que oliese a café.
El medio día sabía a varios besos
rápidos y a conversaciones en las que demostrabas con cada palabra que me
conocías hasta la (im)perfección.
Las cuatro y media eran
abrazos en el sofá.
Las nueve, los ‘te echo de
menos’.
Con las duchas juntos y la
ropa interior en el suelo, ya ni sabía qué hora era.
Pero ni por esas, fui puntual.
Las
tres menos cuarto. A esa hora, te perdí.
Desde
entonces, siempre pienso que el día que llegué a tiempo aún está por venir;
y
yo, por irme.
Es precioso.
ResponderEliminarSigue escribiendo, me encantaría seguir leyéndote.
Gracias, jo.
EliminarEspero seguir viéndote por aquí.
Te he descubierto, y no pienso parar de leerte, escribes muy bonito.
ResponderEliminarAy, muchas gracias, de verdad.
Eliminar