Llegué a su vida con sigilo, como
quien llega a casa tarde
y no quiere despertar a quien
ya duerme.
Me descalcé y paseé entre sus
dudas, vestigio de cristales rotos.
Mentiría si dijese que me desnudé,
pero bien es cierto que
estuve a punto y,
que en más de una ocasión,
le dejé deshacerse de mi
ropa.
Vi su miedo reflejado en todo lo que no decía,
pero que sí expresaba en cada
comentario,
aparentemente indiferente.
Lo vi en sus ojos,
azules de las lágrimas no derramadas a tiempo.
Me fui,
aún más silenciosamente de lo
que había llegado,
semejante a esa calma que no
sabes muy bien si
precede o es posterior a la
tempestad.
Y en la guerra
donde se enfrentaban mis
sentimientos y su vacío,
venció.
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