Se despertaba y lo primero que miraba era el lado
izquierdo de la cama, vacío. Acompañaba este gesto de una exhalación y un
pequeño impulso para levantarse.
No olía a café, puesto que no había nadie que lo
preparase y una vez hecho, lo bebía en una taza desparejada.
Desayunó en silencio, con alguna que otra
conversación de los vecinos de fondo, colándose palabras sueltas por la ventana
de la cocina.
Mecánicamente, fregó taza y plato, estirándose, haciendo que sus braguitas bajasen un poco, regalando al que hubiese podido verle la imagen de un par de huecos en las caderas y un vientre plano.
Domingo y todos los planes posibles eran sola. Y es
que, la amiga que no tenía pareja, estaba en proceso de tenerla y si no, tenía
cualquier otra ocupación que le impedía almorzar a medio día en cualquier
terraza con ella, aprovechando el brillante sol de invierno del Sur.
Cuatro horas, dos temarios pasados a apuntes y
siete capítulos de su libro favorito después, optó por salir.
Era un día especialmente frío y disfrutó
envolviéndose casi la mitad del rostro con la bufanda y abrochando la
cremallera de su chaqueta de cuero hasta arriba.
Lo malo de ese frío que a ella le encantaba es que
era propicio para que apareciesen parejas paseando sonrientes por todas partes.
Y no es que ella quisiera estar con nadie o, mejor dicho, no conocía a nadie
que le interesase como para estar con él. Todo era culpa del invierno.
Ella quería espacio y lo tenía, pero quizás el
espacio comenzaba a sobrar.
Echamos la culpa al invierno como si así pesara menos, y no.
ResponderEliminarSí, por el placer de poder echarle la culpa a algo y no a nosotros mismos.
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