Conforme
escribe, las palabras pesan como plomo sobre el folio.
¿Acaso
la sensación de quererle no iba a desparecer nunca?
Marzo.
Y una frase en el momento justo hizo que todo volviese a ser como antes e
incluso mejor.
Pero ninguna primavera había dolido tanto y con abril, llegó el silencio.
Pero ninguna primavera había dolido tanto y con abril, llegó el silencio.
El ‘¿qué
he hecho mal?’ latía incesante, llenando sus días de ojeras y sus noches de
pesadillas.
En
mayo aceptó que había vuelto a irse; o eso se hizo creer.
Guardó mil y un ‘te echo de menos’ bajo llave dando paso a junio, queriéndole sin poder y deseándole un feliz cumpleaños del cual ni esperaba respuesta.
Verano,
con sol y sal, hizo cicatrizar alguna que otra herida, permitiendo más de un
beso y lo que parecía un atisbo de no volver a mirar atrás.
Pero
llegó septiembre, donde recuerdos y rutina estaban ansiosos por volverse a ver.
Y
cada día pensaba y pesaba más; y sentía menos, planteándose si realmente
extrañaba a la persona o el simple pero agradable placer de poder contar con su
apoyo.
Octubre.
Ocho
meses después se atreve a escribirle o a escribir sobre ambos una vez más.
Quiere
pensar que si lo hace es porque ya no duele o al menos no tanto, y que
noviembre y diciembre estarán llenos de otros besos, porque ya se había cansado
de soñar con los suyos.
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