Jamás. O quizás no.
Jamás
había creído en nada o al menos no tenía un recuerdo certero de que alguna vez
hubiese sido así. Su desesperación se palpaba en aquel gesto nervioso de
pasarse la mano por la barba, que parecía más bien algo casual.
Otro
día más. Habían dejado de hablar y en cierto modo sabía que él era el culpable.
Él había pedido espacio y lo tenía pero, entonces, ¿por qué le molestaba tanto
no cruzar un mísero saludo con ella?
Todo
era fácil. Tan fácil como mandarle un mensaje o marcar su número de teléfono.
Miró
el móvil de reojo, el cual estaba quieto, sin sonar, sin moverse, encima de
aquel pequeño escritorio. ‘Tienes miedo’ –afirmó una voz en su cabeza. Y, como
toda verdad, escocía al reconocerla. Miedo, miedo a fracasar de nuevo, a querer
otra vez para que luego saliese mal y, aquella vez era peor aún. Peor porque el
sentimiento jamás había sido tan fuerte y los kilómetros nunca tantos. Sabía,
tenía la certeza de que era ella. Ese ‘ella’ del que parece que sólo se habla
en las películas. Nadie sabe explicar cómo y cuándo se da cuenta de que siente
algo tan fuerte, aunque él creía que para averiguar si esa persona significa
más que ninguna otra, era imaginar un futuro juntos; toda una vida.
Se
rió, acusándose de cursi por aquellos últimos pensamientos. ¿Qué iba a hacer?
Tampoco era cuestión de no hablarle nunca más. ¿Y si ella se pensaba que había
dejado de importarle? Las mujeres son muy dadas a pensar de esa manera: no
hablas, no importas. Y no era eso, sino todo lo contrario. Importaba mucho,
tanto que la cobardía de perderle por cualquier estupidez hacía que le faltara
el aire. Y sabía, lo notaba en cada poro de su piel, que si tenía la
oportunidad de besarle alguna vez, jamás querría dejarle ir. Esa dependencia le
abrumaba. No es que ella le agobiase, sino la idea en sí de poder querer
tantísimo a alguien.
Una
cosa estaba clara: debía tomar una decisión o pasarían los días y la paciencia
de ella se convertiría en orgullo y este en desinterés.
A la
mañana siguiente, después de haber soñado con ella por quincuagésima vez,
descolgó el teléfono. Era momento de arriesgar.
Genial, no, lo siguiente... Qué empatía que despiertas! Tu encanto entre tus frases.
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